Vas a encontrar al menos uno, con suerte hasta te cueste elegir entre un par, y tal vez dudes si tu elección es correcta (salvo que te llames Diego Armando Maradona).
Esto viene a cuento porque ya me hicieron esta pregunta hace unos años, y fue un amigo quien respondió por mí al quedarme mudo por un par de segundos y con la mente en blanco.
Él dijo cuál fue mi mejor gol ya que le tocó ser testigo. Asentí con un “¡sí, claro! Fue un golazo”, pero una parte de mí no dejaba de pensar en que mi respuesta no fue tan automática como uno imagina que debe ser respondida tan significativa cuestión, y me puse a pensar en que tal vez haya olvidado otro más lindo o importante... importante seguro que no porque hasta ahora nunca hice un gol que valga un campeonato o salve de un descenso. Para el colmo de esta historia, mi amigo fue de casualidad a ese partido. ¿Qué hubiese pasado entonces si él no venía? ¿Hubiese recordado alguna vez este gol? ¿Cuántos golazos se ha perdido el mundo al no quedar registrados, ya no siquiera en video, sino en la memoria de su autor?
Me encontraba en casa un mediodía luego del colegio cuando recibí la invitación a jugar un partido en el que además de mi presencia se requería conseguir a dos jugadores más. Debe haber sido la única vez en mi vida que pude conseguir a dos amigos para sumarse con tan poca anticipación, ya que el partido empezaba en las próximas 3 o 4 horas.
Esa tarde fuimos a las canchas de Federación Caballito, en Avenida La Plata y autopista, y en ese 5 contra 5 se me presentó una oportunidad, como en tantos otros enfrentamientos, de hacer valer el pequeño talle de mi pie para trabar con firmeza el balón, que quedo reposando sobre mi pie mientras el rival, perplejo, seguía de largo sin entender demasiado el hecho de que la física juega a mi favor en este tipo de choques.
Estoy con pelota dominada en la medialuna de nuestro área, un poco hacia la derecha. Arranco porque otra opción no tengo y quiero evitar que se recupere a quien le quite la pelota. Se acerca de frente el primer rival a cortar la jugada, está claro que piensa que voy a dar un pase al jugador a mi derecha porque con su pie izquierdo ya intenta cortar el pase. No está mal su suposición, después de todo si le sale bien él queda de frente al arco y a tiro de gol, aunque sea de zurda. Pero me regaló una oportunidad que no desperdicié; empujé la pelota apenas para adelante, tirando el caño.
Fue buena salida, porque eso me dió margen contra los rivales. Al que está en posición de 5 no le gustó una mierda que haya recuperado una pelota y tirado un caño casi en la misma jugada. Viene rápido a cruzarme fuerte, quiere llevarse pierna y pelota. Amagué con irme como wing derecho, mi perfil, y como un Houseman (torpe) puntee el balón un poquito hacia adelante y enganché rápido hacia la izquierda. Ese fue un caño limpio y hermoso, seguido de un “uuuhhh!!!” de mis compañeros de equipo. Me quedó un poco larga, pero como ya estoy en velocidad y en ventaja de posición la alcanzo y corrijo el trayecto hacia adelante, no sin una mueca de sonrisa de satisfacción, mas no de burla.
Ya solo quedan un defensor y el arquero para lograr el que ya saben fue el mejor gol de mi vida... en este relato no hay suspenso, ya saben cómo va a terminar.
Estoy entonces cruzando mitad de cancha volcado hacia la izquierda, debido a mi enganche largo. Como dije, soy diestro, por lo que para hacer un tiro al arco voy a necesitar perfilarme. Por derecha un compañero me la pide como Valdano hizo con Maradona. El último hombre es corpulento, no mucho más alto que yo, juega de defensor, sabe cortar pases y juega bien. Lo sé de primera mano porque hasta ahora nunca lo pasé. Sabe que hice dos caños seguidos, sabe también que es el último bastión de la defensa, y que hasta ahora no fui alguien de quien él deba preocuparse. Mi compañero a la derecha podría pegarle de primera si hago un buen pase.
El último hombre, dando pasos hacia adelante, tiene una sonrisa en su rostro. Sí, sonrió. Es una sonrisa burlona la que tiene. ¿Me animo a tirarle un caño? Tenía mi pie derecho encaminado para dar el pase con cara externa hacia mi compañero a la derecha y desligarme de toda resolución. Al carajo, la empujo para adelante y que pase. Otro caño, no tan limpio, pero igual de eficaz.
Quedé mano a mano con el arquero. Convengamos que no es arquero, es el que ataja. Tres caños seguidos, vengo corriendo desde nuestro área hasta casi la del rival, estoy en tres cuartos de cancha. Solo pienso en que esta jugada tiene que terminar en gol, que lo hará. Y me aborda la idea de en cómo voy a definir: ¿trato de asegurar pegándole fuerte? ¿Y si intento desparramar al que ataja? ¿O mejor a colocar al segundo palo? ¿Me animo a que también sea de caño?
El que ataja esta asustado, y empieza a salir torpemente, dubitativo, da un paso adelante y recula un poco. Mientras ya quedo perfilado, se me ocurre que el caño puede verse ya insultante de mi parte, aunque de todos los rivales este es el más fácil para lograrlo. Mi compañero a la derecha esta sólo, pero ya ni loco se la voy a pasar. Vinieron a mi palabras del saber popular, “en el área, de puntin”, y mi más primitivo sentimiento de que esta jugada tiene que terminar en gol tomó la decisión por mi. Le di un puntinazo carente de cualquier clase o estética, rasante por lo bajo, al medio del arco. Al que ataja le pasó por al lado de su pie izquierdo, que en un extraño acto reflejo inverso cerró sus piernas, dejando que la pelota llegue a la red. Al que ataja lo traicionó su inconsciente, que le dijo que él era el mejor contrincante al cual tirarle un caño, y en cuanto se dió cuenta que le pegué a la pelota reaccionó cerrando las piernas. El mejor gol de mi vida.
Cuando uno juega en forma amateur, al menos a mí me cuesta imaginar cómo va a desarrollarse el partido mientras lo estoy jugando, y particularmente siempre me costó mucho imaginar una gambeta. Eso no quita que las haga, pero me refiero a que salen improvisadas, lo cual se convierte en un defecto ya que a veces he logrado la gambeta para solo quedar encerrado, o sin mejor opción que ganar un lateral.
Es curioso cómo toda esta jugada improvisada debió haber quedado en el olvido si no fuese por esa pregunta que alguna vez alguien me hizo, y que para mí fortuna un testigo del hecho se encontraba a mi lado para traerla a mi memoria, y ahora si, ser recordada por siempre para mi vanidad. Que estas líneas sirvan para que usted, querido lector, traiga a su memoria alguna de sus (ya no) olvidadas conquistas deportivas.