El fútbol como hilo conductor.

El de pullover verde

– ¡Que lo patee el de verde!

Eso te hizo sonreír por un instante, sabiéndote reconocido como la figura de la cancha, con un penal como premio. Y entonces, el miedo. No sólo te reclamó la hinchada, sino que tus compañeros hacen caso omiso a las virtudes individuales del resto de los jugadores porque saben que hoy te salieron todas. Por eso el penal es tuyo, aunque otros pateen mejor o hayan demostrado ser mejores jugadores durante más partidos. Ahora queda en vos meterlo para ganar con el final del partido. Porque esa hinchada que te reclamó es la de los pibes grandes, los que siempre juegan después de los más chicos. Esa hinchada que empieza con uno o dos con el partido empezado y que se va haciendo más y más numerosa, sentados todos en la parecita alrededor de la canchita de tierra. La de los pibes más grandes que empiezan a pispear a los que dentro de poco se van a mezclar con ellos en los picaditos. Esa hinchada que decreta unilateralmente y sin cuestionamientos cuando el partido de los chicos se termina. No sólo fueron ellos los que cobraron el penal, ya sentenciaron que el penal termina el partido. Y como siempre tiene que haber un ganador si entra gana uno y si no entra gana el otro.

Empezás a dar los pasos hacia el punto del penal. El resto se abre ante tu marcha, marcando el camino, formando un pasillo de honor. Alguno se te acerca para aconsejarte en cómo patearlo, o para darte ánimos, o a mufarte, la verdad es que no lo sabés porque no escuchás un carajo de lo que te dicen del cagazo que tenés. Porque una mañana inspirada la puede tener cualquiera, incluso un lateral izquierdo, pero no cualquiera puede demostrar de qué está hecho en verdad. De si hoy te salieron todas de casualidad, o si además de la suerte que todos necesitamos hay algo que lo justifique.

Es así cómo te das cuenta, a tus 11 años, de que cuando hay que patear un penal definitorio no hay mucha diferencia entre hacerlo en La Bombonera o en la canchita del baldío de Corrientes y Junín. Para los que lo ven de afuera no hay comparación posible, pero andá a decirle eso al del pullover verde, que se lo puso porque a pesar del sol primaveral aún es invierno. Andá a decirle ahora, que le arrojan la pelota para que la acomode, que no se sienta como Valentim frente a Carrizo.

– ¡Tirale a la punta que no se tira!

Pensás que tiene razón, pero ¿a qué punta? Te agachás para acomodar la pelota y caés en la cuenta de que nunca pateaste un penal, que no sabés si te conviene poner la pelota arriba de una lomita de tierra o al costado, que no tenes idea de cómo se tira a la punta, que ni siquiera sabés con qué parte del pie hay que patearlo. Antes de reincorporarte decidís que más vale que el arquero no se avive del miedo que tenés, porque eso lo va a agrandar y lo único que falta es que ahora la figura pase a ser él. Eso sí que no, si no va a ser gol que sea porque vos la tirás afuera, y no porque el arquero la ataja. Por eso ponés cara de serio, de jugador de primera, de alguien que se la pasa pateando penales, mientras acomodás y reacomodás la pelota sobre la lomita. Lo único que hiciste alguna vez frente a un arco es pegarle cruzado, y se te ocurre que como es un penal mejor que sea fuerte. Entonces hay que intentar pegarle lo más cruzado posible para que sea gol pegadito al palo o para que se vaya a la mierda, pero que no la ataje.

Tomás carrera, y aire. Mirás al arquero para tratar de intimidarlo. Alguna vez alguien te dijo que tenés una mirada de señor serio, y creés que eso te puede servir. El arquero te devuelve la mirada, agazapado, esperando su momento. A él alguien le dijo que los zurdos la cruzan. Ojo que los diestros también lo hacen, pero se habla de los zurdos porque ellos la cruzan para el otro lado. Empezás la carrera definitiva. Cuando das el primer paso volvés a dudar. ¿Y si el arquero sabe que la vas a cruzar? ¿no te conviene tirarla al medio? Ya no te importa nada y decidís seguir con el plan original, fuerte y cruzado, y si no tiene que ser gol que se vaya al lado del palo. Vas y le pegás fuerte y cruzado. El arquero nunca dudó, se la juega y se tira a la punta donde los zurdos la cruzan siempre.

Pero no la ataja porque le pegaste tan, pero tan mal, que ni siquiera te salió cruzado. Es gol porque la pelota entra por la otra punta, aunque apuntaste al lado opuesto y todo tu cuerpo hizo lo posible para que la cruces como lo hacen los zurdos.

El partido termina con tu equipo ganador y vos figura de la cancha, con vos festejando como si todo hubiese sido parte de un amague. Un amigo se te acerca para decirte que lo pateaste para el culo, y vos lo callás, no vaya a ser cosa que el resto se de cuenta y no te llegue la citación para ser el suplente de Marzolini. Te volvés al trote por Corrientes y doblás en Uriburu hacia Córdoba. No volvés a jugar por unos días. Los Refutadores de Leyendas1 aseguran que no volvés porque fue gol de casualidad y no tenés con qué justificar los próximos partidos que aseguran van a ser malos para vos. La verdad es que tu vieja te ve retornar de jugar a la pelota con el pullover verde tejido por ella y la cagada a pedos que te comés te da más miedo que errar un penal decisivo en La Bombonera.

1 "Los Refutadores de Leyendas" es un grupo de personas ideada por Alejandro Dolina en su libro Crónicas del Angel Gris, Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1988.

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