El fútbol como hilo conductor.

Sobre lo trascendental

De Mujámmad, Mensajero del Islam:

“La recompensa de todo trabajo que realiza el ser humano, finaliza cuando éste muere, excepto tres cosas: una limosna continua, un saber o un conocimiento beneficioso y un hijo piadoso que pide por él, cuando éste está en la tumba”. O dicho de una manera más familiar, “En esta vida hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo.”.

Con esta lista a menudo se intenta responder a las preguntas existenciales de la humanidad, las que nos plantean quiénes somos, hacia dónde vamos y por qué existimos. Cuando un niño escucha esta frase por primera vez creo que su imaginación se dispara en adivinar cómo lucirá físicamente al llevar a cabo cada una de esas tareas, quizás usando a su madre y padre como espejo de uno mismo pero “siendo grande”.

Al pasar los años uno empieza acaso a comprender lo complejas que en verdad son estas tres tareas, ya que plantar un árbol lo puede hacer cualquier persona con las capacidades de introducir una semilla en la tierra, pero lo difícil es que esa semilla brote, se convierta en planta, supere pestes, se haga fuerte, sobreviva a climas, a trasplantes de macetas (si acaso el sembrado ha empezado en una de ellas) y crezca hasta convertirse en un árbol capaz de subsistir por sí solo sin nuestros cuidados diarios. Comer sus frutos o disfrutar de su sombra y aromas es algo que quizás no lleguemos a gozar.

Algo similar ocurre con la tarea de escribir un libro. Una vez que se siente la necesidad de escribir sobre un tema en particular, volcar correctamente ese conocimiento en palabras y construcciones gramaticales para que los lectores interpreten correctamente nuestras ideas requiere de borradores, correcciones y disciplina en la escritura. Me animo a darle al producto final de “libro” el calificativo de “testimonio” de aquello que se ha estudiado, investigado y procesado.

Tener un hijo no sólo es engendrar. Perpetuar la especie, para quien no tiene un impedimento biológico, a mi entender tiene menor complejidad que las otras dos de la lista (y un proceso más divertido). Pero velar por la vida de un bebé, cuidarlo, alimentarlo, atender sus enfermedades, enseñarle un idioma, pactos sociales, acompañarlo en sus triunfos, pero sobre todo también en sus fracasos, lograr que se convierta en un hombre o mujer de bien, es lo que en verdad conlleva el tener un hijo.

Suponiendo que el sentido de la vida se halle detrás de estas ya no tan simples tareas ¿podrán encontrarlo quienes no puedan cumplir con alguno de los mandatos?

¿Acaso escalar una montaña no lleva una preparación especial? Nunca escalé, pero me queda claro que no solo se debe contar con un equipamiento especial, sino que para saber usarlo hay que practicar, ir haciendo cumbre en montañas más chicas. Deberemos aprender a escuchar a la naturaleza para descifrar lo que nos pronostica, como una lluvia próxima, o un frío o calor inoportuno, ya que deberemos encontrar refugio y acampar en el lugar más apropiado. Sin haberlo hecho jamás, me animo a concluir que escalar una montaña es aún más completo que plantar un árbol.

1, 2, 3..

Quienes lean estas líneas (y quien las escribe) han accedido a una educación, cosa a la que lamentablemente muchas personas en este mundo aún no pueden aspirar. No obstante, aún quienes no tengan la capacidad intelectual de escribir un libro no están ajenos a cumplir con el segundo mandato, ya que “escribir un libro” puede ser también contar nuestra propia historia, así sea verbalmente, para que nuestro ejemplo (con errores y aciertos) sirva a las generaciones futuras. Quizás quede más claro en las palabras del profeta, “... un saber o un conocimiento beneficioso…”, sin importar el soporte que el mismo tenga.

Siendo niños o adolescentes podremos proponernos dominar un instrumento musical, para luego plantearnos la composición de una canción, y luego otra. No encuentro el componer canciones muy diferente a escribir un libro.

27, 28, 29...

Aquellos que no puedan concebir un hijo, podrán educar o contribuir en la formación de otra persona, alguien quien herede nuestro conocimiento en pos de una sociedad mejor. No parece fácil, pero tampoco imposible.

Hay quienes concluyen que el camino que se recorre en la realización de estas tareas permite descubrir el esfuerzo que conllevan, siendo éste proceso de constante superación y formación el verdadero sentido de la vida y búsqueda de la felicidad. Un anhelo de eternidad, perpetuarse uno ya sea en el conocimiento adquirido de la experiencia devuelto a la humanidad, en los beneficios o limosna continua de un árbol o en la réplica de un hijo.

44, 45, 46...

En lo personal, y volviendo a lo literal de la lista, soy padre, y si bien mi hijo mayor no llega a sus dos años al momento en que escribo estas líneas, empecé a transitar ese camino de formador de hombres de bien. Se podría decir que estos cuentos que escribo podrán ser un libro algún día, y si bien aún no planté un árbol, no sólo deseo hacerlo sino que planeo convertirlo en bonsai.

Pero sinceramente, lo único que realmente me importa en este momento, y lo admito con un poco de vergüenza, es llegar a 100. Me podrán decir que ante semejantes planteos existenciales de los que vengo filosofando esto es una pavada, infantil quizás, y puede que estén en lo cierto.

60, 61, 62...

Pero a mi no me cabe duda de que Fer tuvo razón cuando lo dijo hace ya 19 años. En una charla de sobriedad absoluta, su enunciado fue como a quien se le ha revelado un nuevo mandato, donde por un momento, no tenía frente a mí a mi amigo, sino a un instrumento entre la humanidad y Dios:

– Antes de morir, hay que hacer 100 jueguitos seguidos sin que la pelota toque el suelo.

Durante el sagrado mensaje, el sol del ocaso se asomó por detrás de una nube en la playa de Villa Gesell, iluminando por su espalda a un Fernando que se incorporaba, mas no con las dos tablas del decálogo bajo sus brazos, sino con una número 5. Dió unos pasos hacia adelante, donde había arena un poco más húmeda y firme, y fue a la conquista de la empresa, cosa que logró al tercer día con sus noches.

78, 79, 80...

No lo tomé en serio durante ese verano, tampoco al siguiente. Pero una cosa es segura durante todos estos años: cada vez que agarro una pelota en los momentos previos a que empiece un partido, esos minutos previos en los que se hace la entrada en calor y luego se patea al arco, el décimo primer mandato resuena una y otra vez en mi cabeza, recordándome que mi paso por esta vida aún tiene una tarea inconclusa.

92, 93, 94...

Pero ya casi, solo me faltan…

1, 2, 3...

Por , .

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